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lunes, 10 de marzo de 2008

UNO DE GETAFE EN PARÍS (III)

«Si tú callas,
se me mueren a gritos mis palabras,
mientras se oye la Ausencia con graves pisadas
y el mundo parece que queda a tu espalda»

J.G. Manrique de Lara

PREVIO A LAS UVAS: La literatura que he encontrado acerca de la figura de Daniel Urrabieta Vierge (no se tengan en cuenta catálogos, sucintas reseñas de exposiciones o gori goris de subasteros que a nada conducen) resulta de una pobreza extremada: como si existiera una conspiración para hurtárnoslo a los ojos. Pero no hay en estas tierras que con tanto acierto dibujó, imaginación y voluntad para semejante esfuerzo. Si que hay, para tomar y regalar empero, desidia e inepcia sobradas... Apuntar como curiosidad, no obstante, que en la extensa, magnifica, culta y "fiera" introducción que Antonio Bonet Correa hace de “EL FUTURO MADRID”, obra de Angel Fernández de los Ríos citada aquí, he dado, satisfecho y por una de esas circunvoluciones del azar, con una referencia a Urrabieta Vierge que dice así:

Samuel Urrabieta Vierge era hijo del grabador Vicente Urrabieta Ortiz (1823-1879) y hermano de Daniel Urrabieta Vierge (1851-1904), el gran ilustrador del siglo XIX, cuya brillante carrera se desarrolló en Francia. Para la bibliografía sobre Daniel véase el libro de José Filgueira Valverde, El viaje a Galicia de Urrabieta Vierge, (1880), Santiago de Compostela, 1969. Sobre Samuel no existe ningún estudio especial.

Es el motivo de la nota:

En el número 26 de junio (1880) el propio Jacinto Octavio Picón escribía la larga necrología (sic) de D. Angel Fernández de los Ríos. Su texto censurado en Madrid aparecía por lo tanto incompleto. Pero estaba ilustrado con un retrato hecho por Samuel Urrabieta, una alegoría de Fernández de los Ríos en su lecho de muerte por Pellicer y una vista de la escena del momento de depositar el cadáver en un furgón del tren que desde la estación de Orleans llevaría sus restos mortales a Madrid, también de Pellicer.





El cuento viene de aqui:

¿Qué iba a pasar?... ¿La muerte lenta?... ¿El eclipse de una fama?....

La parálisis no afectó, por fortuna, a su voluntad. Voluntad gigantesca, verdaderamente titánica, que le hizo vencer su roto destino. Así, poco a poco, recobró la memoria y sus neuronas fueron abriéndose a la luz del recuerdo. Así, poco a poco, fue adiestrando su mano izquierda al ejercicio artístico, y sus dedos dominaron otra vez el secreto de las líneas y las formas. Así, poco a poco, a pesar de ser mudo y hemipléjico, venció su angustioso estado por la poderosa voluntad y los destellos gigantes de su vocación artística. Con razón Edmundo de Goncourt escribió sobre esta resurrección del artista: «En el naufragio de su cerebro ha quedado una célula intacta: la célula del dibujo. No sabe leer, no sabe escribir; de tal modo, que para firmar una obra tiene que copiar trazo a trazo la firma de un dibujo antiguo, y, sin embargo, ¡oh, prodigio!, con la mano izquierda dibuja con igual facilidad y perfección que antaño...! ¡qué desgracia, esta muerte de la mitad de él mismo y, ciertamente, de algo de su talento, cuando iba a hacer un tan bello, un tan original, un tan español Don Quijote...!»

En 1889, Urrabieta se presentó con sus dibujos a la Exposición de París. Presidía el jurado Meissonier, quien no conocía, personalmente a nuestro compatriota. Propuso otorgarle la Medalla de Oro, a la vez que proponerle al Gobierno francés para la concesión de la Legión de Honor. Unos días antes de la inauguración, Urrabieta fue, acompañado de un pariente, a visitar la exposición. Al advertirle, le rindieron un sentido homenaje de aplausos. Unos días más tarde, justamente el 5 de julio, se le ofreció un banquete (Hasta no ha muchos años los del mundillo banqueteaban de lo lindo por cualquier pijada. Para muchos de los nuestros no dejo de ser un mata-hambres. Café, copa y puro eran el colofón obligado en todo evento artístico-cultural de la época que se preciara. ¡Puta Miseria!), al que acudió todo el París artístico y literario de la época, para el cual hubo un emocionado, a la vez que lacónico, colofón verbal de Urrabieta, quien con un gran esfuerzo apenas pudo balbucir: «Merci».

Urrabieta Vierge vivía en una casa de Boulogne-Sur-Seine. Allí pasó los últimos años de su vida. Vestido con una blusa blanca, trabajaba todos los días ante el caballete, sentado en un sillón de tijera. La luz del sol le entraba a raudales por una amplia cristaleda [...]

En un testero del estudio tenía Urrabieta un gran armario, especie de arca sagrada, en la que guardaba el tesoro de las ilustraciones de sus célebres obras: originales, primeras pruebas de láminas, esquemas... Allí se veían: «El escultor y el Duque», poema de Zorrilla; «La Monja Alferez» (VIDE); «El último Abencerraje», de Chateaubriand; «Don Pablo de Segovia», de Quevedo (Ver capillada anterior); «Le Cabaret des trois Vertus», «Rôtisserie de la Reine Padauque», de Anatole France, etcétera...

Vierge fue un extraordinario ilustrador de libros. Tenía un dominio absoluto del lápiz y una depurada técnica a base de pluma y aguada [...] Un editor francés recogió parte de estos dibujos en una obra titulada «Au Pays de D. Quichotte». Otra parte de ellos, doscientos setenta dibujos, se publicaron por el editor inglés Disher Unwin (Fisher), bajo el título «The history of the valerosus and witty Knight errant Don Quixote of the Mancha», en 1906.

El gran poeta cubano José María de Heredia (Heredia Girard; no confundir con Heredia y Heredia, cubano también), uno de los mejores amigos de Urrabieta en París, escribió de él: «Todo cuanto la poesía, la historia y la novela han creado de más bello en este siglo, Vierge lo sintió, lo comprendió y lo tradujo; y al hojear la gran historia de Michelet y tantos libros de Victor Hugo, no se sabe qué admirar más, si la prodigiosa fecundidad del dibujante que los interpretó, o la soltura y variedad verdaderamente maravillosa de su genio... Los estudios más pacientes y eruditos no podrían suplir a ese sentido misterioso, casi adivinatorio, que presta a la obra de Vierge un vigor original, un encanto extraño y penetrante, en el que parece haber resumido todo el arte del posado. Yo he visto en la pared de su taller un grupo de sátiros y de egipanos con guirnaldas de pámpanos, blandiendo tirsos y ejecutando una danza que Eufronio o Nicóstenes no hubieran tenido a menos representar en el fondo de un ánfora o de un kylys. Alguno de sus burgueses o prebostes de París, bien iluminado, podría ocupar su puesto en primera línea entre la multitud que se oprime en el estrecho cuadro de las miniaturas de Jehan Fouquer. Ese torneo en que la lanza de Montgomery tiñe de sangre real las flores de lis de Francia, esas batallas dibujadas de golpe, recuerdan los ingenuos y expresivos grabados en madera que adornan y explican por su comentario figurado, en las páginas del Sueño de Polifemo, las más sutiles alegorias de Coloonna. Esos asaltos, esas tomas y saqueos de ciudades, esas matanzas horribles parecen haber sido grabadas por algún Romyn de Hooghe, alucinado, con atrevido buril, sobre la plancha ásperamente mordida. Ese raitre es digno de Goltzins (*) (Goltzius, creo yo), ese altivo perfil de caballero parece obra del buril de Tomás de Leu. ¿Y donde habrá aprendido a cabalgar tan intrépidamente nuestro jinete...? Y esos seis violinistas con pelucas rizadas, chaquetillas de seda con adornos de encaje y calzón acampanado que tocan alguna pavana o paspiés o zarabanda nueva, en obsequio de la noble dama que los escucha sonriendo, apoyada de codos en la mesa donde se ve un frasco de vino, pastelillos y confituras, ¿no habrán tomado parte en los divertimentos que Poquelin de Molière sabía imaginar tan bien para recrear al Rey Sol? (Aquel que amariconó la indumentaria masculina poniendo de moda los zapatos con un palmo de tacón) Pero volved la hoja: la página es tan sombría como la otra era clara y alegre. Destacándose en negro, bajo un cielo negro también, estriado de líneas de luz, en las que se adivina el color de sangre, y por la pendiente de una cuesta pedregosa y agrietada se ven desfilar, en medio del silencio de la noche, varios caballeros armados y encorvados sobre sus monturas derrengadas. Otros conducen de la brida sus cuadrúpedos tan pesadamente cargados que tropiezan a cada instante, siguiendoles algunos perros escuálidos y con el pelaje erizado. Se ven diez, se imaginan ciento y se sueñan diez mil. Y no sé por qué esos pocos baqui-bozuks (aunque no se me escape el termino en su contexto narrativo, quedo pendiente de su significado exacto y de la propiedad discursiva del mismo) que vuelven del merodeo evocan el horror de las grandes invasiones de las hordas victoriosas, hartas de carnicería y de rapiña que llevaron a la conquista del mundo al feroz Atila, a Tchinghiz y a Timur».

Sigue el poeta Heredia:

«La parte puramente moderna, toda de actualidad, de la obra de Vierge, no es la menos extraordinaria. Ha renovado el arte de la ilustración por el sentimiento de lo perfecto y por el estudio inteligente de la realidad; y no se sirve de fórmulas triviales de pura convención, usadas por sus predecesores, cuyos dibujos imnpersonales no parecen ser más que reproducciones de cuadros. Doré, el más grande de todos por su prodigiosa interpretación de la luz y de las sombras, no fue más que un caprichoso de imaginación romántica y soberbia, pero con mediana ciencia y un dibujo ilusorio [...] Por otra parte, ninguno (de sus predecesores o contemporáneos en el oficio) ha conseguido abarcar tanto: en un dibujo de pocos centímetros produce la ilusión de la multitud innumerable y bulliciosa de las arquitecturas gigantescas, de los espacios inmensos y de las perspectivas infinitas [...] Vierge no es nunca seco ni descuidado y su ejecución, sabiamente variada, está siempre en armonía con su visión y su concepción. Mirad ese Nacimiento de la Infanta -grabado publicado en “Le Monde Illustré”-, esa escena de alegría y de pompa reales, donde bajo las arañas de oro y los artesones ricamente esculpidos, entre el brillo y esplendor de los tapices, de los cuadros y de los muebles suntuosos, entre la magnificencia de los trajes de las damas, de las vestiduras de los cardenales y de los obispos y el lujo de los vistosos uniformes militares recamados de oro, se desborda, corre y fulgura esa luz alegremente deslumbradora y tremulante tan querida del milagroso Fortuny...»

[...]

«El otro día hojeábamos juntos, en su taller de Boulogne, los cuadernos y álbunes que trajo del viaje que emprendió para seguir las huellas del Caballero de la Triste Figura. Mientras pasaba en revista, aunque apuntados tan sólo por algunas líneas al loápiz o por poderosos toques de acuarela, todos los países que Cervantes celebró: la Mancha estéril, los campos de Montiel, Argamasilla de Alba, Cárdenas, Alcázar de San Juan, con el divino Toboso y los campanarios, los miradores, las ventanas enrejadas, las hosterías y las gentes de Sierra Morena, donde el enamorado hidalgo dio tantos tumbos caballerescos en la Peña Pobre (hasta dejar ahíto al más glotón tengo escrito -en este apartadero- sobre estos raciales lugares), con sus cielos tempestuosos, sus rocas cegadas por el sol, sus terrenos agrietados y sangrientos y sus horizontes de azul sombrío, observaba de reojo el gran artista, que parecía complacerse en mostrarme cuánto había trabajado...»

Es ahora don José Altabella quien toma la palabra:

Murió Urrabieta Vierge y su obra quedó unos años en su estudio, cuidadosamente guardada por su hijo. Luego, la compró la «Hispanic Society of América», de Nueva York. Y en 1936, Elizabelth du Gué Trapier publicó un interesante estudio sobre el gran ilustrador con las reproducciones de los fondos de tan interesante obra. En 1944, en el cementerio de Montparnase, un reducido grupo de aficionados, bibliófilos y artistas, rindieron un homenaje póstumo a nuestro compatriota, colocando una lápida sobre su tumba, gesto piadoso y sentimental que mereció una crónica de don Eugenio d'Ors. Y hasta hoy (veintiocho de abril de mil novecientos cincuenta y cuatro), que volvemos a exhumar el recuerdo españolisimo del gran ilustrador Urrabieta Vierge.



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viernes, 29 de febrero de 2008

UNO DE GETAFE EN PARÍS (II)

Con mucha frecuencia, para persuadirnos a nuestro daño,
los instrumentos de las tinieblas...
nos vencen con inepcias honestas, para hacernos resbalar
hacia las consecuencias más abisales.

Banquo en Macbeth.

Los que se postulan para Amos de Calabozo mintiendo como bellacos y yo dale que te dale, a mi bola, describiendo y enumerando como si me fuera la vida en ello. Francisco Javier Hernández tiene escrito a propósito del Nobel de Literatura Claude Simon: « De ahí su desprecio de la intriga, de la lógica del relato, del suspense, sustituidos por lo que ahora se ha dado en llamar “el furor descriptivo” y que no es, en definitiva más que un intento de restitución del mundo a través de las impresiones, de las sensaciones, de los oscuros dictados de la memoria...» Bien traída la copla como coartada a mi obstinada manía...



Cuando días atrás salí por piernas de esta Barataria a mi gobierno (gánela tras muchos años de servicio como actuario de la IV Flavia, brava legión acantonada en una localidad danuviana -no logaritmica , ojo- dicha Mantissa...), sin dar noticia de la identidad del "xatafiense" al que vengo a mostrar reconocimiento, recuerdo haber quedado en lo más oscuro del desván, hincado de rodillas, escarbando como clueca en una tómbola de papelotes y objetos desclasificados. Y fue entre aquel mistifori apenas abarcable donde entre otras cosas y muchos: “¡Fuera, micho!”, encontré unos cuchillos y puntas de flecha de sílex pulimentado que mi tío M*, allá por las Catilinarias, consiguió en no se que lugar de Soria; unas castañuelas -con escenas medievales de caza talladas- a punto de la definitiva quiebra; una centena de botones pertenecientes a uniformes militares, mi padre en su mocedad los coleccionaba; un "tente bala" cosido a una Cruz de Caravaca por el oxido estragada; una navaja de afeitar en perfecto estado que fue de mi abuelo, Solingen es la marca y lleva en su estuche letrones y simbolos huecograbados. Como propio, propio, solo reconocí, entre los objetos, una muestra casi perfecta de antimonita a la que tiempo atrás puse ruedas en Japón. Era mi pretensión, seré gilipollas, hablar ahora del antimonio estibina o sesquisulfuro de antimonio, S3 Sb2, que cristaliza en el sistema rómbico, en cristales alargados y con las caras del prisma estriadas... ¡Dios, que disperso y cansino resulto a veces!

OOOooo

En fin, como el abate Evagrio aconseja contra la sugestión diabólica, pondré grillos a la imaginación, embridare los dedos nacidos con palabras que fluyen como ríos y me someteré, en definitiva, a la disciplina de los cánones - fútiles y extravagantes- de lo escueto y sentencioso. Pero antes es obligado decir que lo que en adelante corra, es fruto de las horas que aperrado eché escudriñando donde acaso no debía. A su modo entre terco y evasivo ya me lo advirtió Herr Monty: ¡Yerras, amigo!.

Advierto -tajante- que en todo lo que de provecho sigue no tengo concurso alguno. Es demasiado grande para mi. Me conformo, sépanlo ustedes, conque el aporte les depare algún conocimiento y sea semilla de "su" curiosidad hacia personajes olvidados igual de grandes. Lo cual que sigo, sin rubor y agradecido, el loable articulo de Don José Altabella titulado “URRABIETA VIERGE, gran ilustrador”, publicado por vez primera en el ejemplar VIII de “BIBLIOFILIA”, Valencia 1954.

Y he dicho "sigo", porque a fin de aligerar el texto, de adecuarlo al malhadado simplismo que los tiempos parecen exigir, he decidido editarlo tras el pase, probablemente indebido, por mi particular trefiladora. Entiéndase pues, tras esta protesta, que todo demerito que de aquí en adelante se observe... bla, bla, bla... mi impericia.

URRABIETA VIERGE

El centenario del nacimiento de Daniel Urrabieta Vierge, pasó por la actualidad española tan de puntillas, con tal sigilo, que apenas ha significado nada en la memoria del famoso ilustrador. No es tan larga la lista de dibujantes de su talla -se le ha llamado «el Gustavo Doré español»-

[...]

Urrabieta Vierge pertenece a esa estupenda teoría de artistas españoles que más han sabido universalizar el alma de nuestra Patria, precisamente por ser de los elegidos que han sabido entenderla, sentirla, plasmarla y con más rotunda precisión interpretarla [...] Y desde París, su fama irradió al mundo entero. Cervantes, que ha tenido por su «Quijote» tantos glosadores plásticos, pudo encontrar en su compatriota, como él manco, como él artista y como él, aventurero, un ilustrador excepcional [...] Y el que supo resucitar los tipos ideales de la Patria muerta, ha sentido ahora los zarpazos de la negligencia y despreocupación para su memoria, un tanto desnacionalizada ya de por sí, lo mismo que ayer, en un ayer de principios de siglo, España le volvía la espalda a la herencia de sus ricas obras, que pasaron a ser una joya de arte en Norteamérica.

<-------->

Urrabieta Vierge nació en un pueblo cercano a Madrid, en Getafe, en 1851. Es hijo del dibujante Vicente Urrabieta Ortiz, excelente grabador en boj, asíduo colaborador de la revista «El Museo Universal» y de las novelas por entregas que editan los Gaspar y Roig, muchas de las cuales estaban ilustradas por él. La madre de Daniel, Juana Vierge de la Vega, era hija de un soldado francés, que se nacionalizó en España después de la guerra de la Independencia. Al márcharse de nuestra Patria el general Hugo (Joseph Leopold - Sigisbert Hugo, Comte de Cogolludo) - padre del poeta francés Víctor - , de quien había sido asistente el soldado Vierge, éste decidió quedarse a vivir en España; se casó, y de este matrimonio nació su hija Juana, quien, más tarde, a su vez, se desposaría con el dibujante Urrabieta Ortiz.

Su hijo Daniel es un niño con tendencias artísticas precoces, alentadas y aun provocadas por el propio ambiente familiar. En su hogar se respira el arte, un arte con minúscula, un tanto menor, en que el buril del padre vence a la artesanía, y la voz de la madre llena de canciones la casa... Así, aquel niño de cuatro años es para la madre -en pleno apogeo de la ópera italiana- la ilusión de un gran cantante, a juzgar como entona cuanto oye, y para el padre, que le ve emborronar hojas con atisbos de sorprendente gracia, su hijo será pintor. El futuro del vástago se parte por gala en dos, y queda matriculado, al mismo tiempo, en el Real Conservatorio de Música y en la Escuela de San Fernando. ¿Será cantante?... ¿Será pintor?... Un día, se cansa del solfeo. La madre sufre una contrariedad. El padre, sin embargo, recibe el alegrón subconsciente de ver así posible llegar en su hijo más allá de donde él ha podido llegar.

Entre sus maestros están el retratista del Romanticismo español Federico de Madrazo y el paisajista Carlos Haes, y como compañeros de clase se encuentran Pradilla, Villegas y Martín Rico. Daniel enfila su vocación y sus gustos abriendo una brecha en el cruce de los diferentes estilos de Madrazo y Haes, el primero clásico y el segundo realista. Y copia a Velázquez y a Goya por los museos, pero pone sus lápices también al servicio de la greguería de las plazas y calles de aquel Madrid isabelino que pronto va a romper esclusas revolucionarias en Alcolea y Cádiz (Referencia a "La Gloriosa o Septembrina").

A finales de 1869, toda la familia se traslada a París. El joven Urrabieta Vierge llega allí con una noble ambición: abrirse camino en el Arte. Desde el modesto piso que ocupa con su familia en la rue Blanche, planea la difícil conquista de la capital. Es joven, voluntarioso y artista. Disciplinado en el trabajo, dibuja constantemente. Hace copias en el Louvre, pero siente la viva y palpitante atracción de la vida callejera y de las estampas urbanas, que él traslada a sus cuadernos de papel marquilla con profusión... Llena apuntes y bocetos en ejercicio laborioso, que disciplina sus lápices y su capacidad de ver. El vértigo de la vida, con sus múltiples manifestaciones coloristas, invade las retinas del joven dibujante.

Un día estalla la guerra (franco-prusiana). Los padres de Urrabieta quieren abandonar la ciudad ante el avance alemán, que amenaza el cerco de París. Daniel, no obstante, desea permanecer allí. El espectaculo del pueblo en armas (Comuna de París) le interesa. Y esos modelos de muchedumbres belicosas no los va a encontrar en ninguna parte. Y allí se queda, solo, dibujando para él mismo, acrecentando el archivo vivo, que luego constituirá el rico acervo de su estudio y desafiando todos los peligros inimaginables. Pero la suerte, muchas veces, es inseparable del peligro.

Cierta vez, en el momento en que estaba más enfrascado tomando unos croquis de la plaza de la Concordia, se le acercó un señor y se interesó por sus trabajos. Había en ellos tal vida, tal veracidad, tal realismo, que le pareció imposible que fueran sencillamente entretenimientos de un joven, no destinados a la publicidad. Charles Iriarte -famoso cronista de «Le Monde Illustré», la célebre publicación gráfica de la Francia del siglo pasado- fue el curioso a quien Daniel sorprendió con sus apuntes.

Le invitó a colaborar en la citada publicación. Y pronto entró como redactor gráfico de actualidad. Fue un precursor de los modernos reporteros de la fotografía y la televisión. Inmediatamente se hizo famoso en este quehacer inquieto, apresurado, lleno de urgencias, a la caza del suceso importante y de la realidad fugaz. Hasta entonces, los dibujantes imaginaban en las revistas la actualidad. Francia debe, pues, a España al creador de su periodismo gráfico, que, años más tarde, acreditaría entre nosotros, los españoles, don Juan Comba.

Urrabieta Vierge no regateaba esfuerzo alguno para lograr aquellas sorprendentes escenas, muchas de ellas arrancadas entre el fragor de las balas. Tanto, que se ha repetido muchas veces la anécdota de su detención por una patrulla de voluntarios de la Commune, que le tomaron por un espía. Los revolucionarios detienen e nuestro compatriota, a la vez que le imprecan:

-Espion a la solde de Versailles!

Urrabieta Vierge, creyendo que sus aprehensores le conocerían por su firma periodística, repetía, sincerándose, en una extraña mezcla de acento español, prosodia castellana y francés muy mal aprendido todavía:

- Ze souis Vierge... Ze vous dis que ze souis Vierge...

Pero los comunistas no atendían a razones. Es más. El equívoco entre su apellido y su significación en francés (verge = verga), aun complicaba más las cosas. Ellos, sin hacer caso de sus protesta, le decían:

- Ça nous est égal que tu sois vierge; la question n'est pas là. Tu t'expliqueras a la Prefécture de police.

Y allí dio con sus huesos, hasta que sus compañeros de «Le Monde Illustré» fueron a rescatarle.

Esta anécdota no le hizo retraerse de su carácter audaz. Y así, siguió dibujando el peligro y plasmando el riesgo en centenares de escenas: la revolución, el cerco, la entrada del ejército invasor, las negociaciones... Al llegar la paz, su nombre destacaba entre los más famosos de Francia.

Y esa misma paz serena su labor dejándole abierto el espíritu a más altas ambiciones artísticas. Y salta de la anécdota a la categoría. Sus dibujos toman vuelos más altos. Pintores famosos y literatos de renombre se interesan por este «observador visionario, descendiente de Velázquez, metido a periodista», como le calificara con oportuno juicio Gustavo Geffroy.

Victor Hugo, el genio a quien el abuelo de Urrabieta, siendo ordenanza, acompañara en sus paseos infantiles madrileños, tenía a la sazón, para el nieto, frases de elogio. «Me habéis conmovido muchas veces con vuestros dibujos», le dijo. Y tras la amistad, vinieron los encargos. Ilustró una edición de lujo de «L'Anné Terrible». Ante la obra de nuestro compatriota, todos coincidieron en afirmar que a Gustavo Doré le había salido un serio competidor.

Goncourt escribía: «Vierge, el único ilustrador de la hora presente...» Y el sesudo «Le Temps», por su parte, remachaba en un comentario: «Es Durero que resucita...»

Dibuja, pinta, decora, ilustra, ama, viva y triunfa. Gana mucho dinero, trabaja intensamente y vive bien. Victor Hugo le encarga nuevas ilustraciones, para «L'homme qui rit», «Les travailleurs de la mer» y «Quatre-vingttreize». Michelet le ofrece su «Historia de Francia y de la Revolución», para que la ilustre con su lápiz genial [...] Un día, sugiere a un editor francés traducir una edición de «El gran tacaño», de Quevedo, que él ilustra con acierto extraordinario. La obra, titulada «Don Pablo de Segovia», en la versión francesa, le brinda la oportunidad de volver a España, para entrar en contacto vivo con sus paisajes, sus rincones, sus lugares y sus recuerdos... Su ilustración se hizo tan célebre, que un editor inglés preparó una edición con sus dibujos. Y pensó en él para que realizara una colosal ilustración de «Don Quijote de la Mancha». Así, realizó, con este proposito, su segundo viaje a España, para recorrer, emocionado y artista, la ruta de la creación cervantina. Peregrino del arte por los caminos manchegos, llenó sus carpetas de apuntes, bocetos y diseños... Y al cansancio físico de las largas caminatas, él oponía la resistencia de sus grandes esperanzas en lograr una adecuada réplica a la fantasía improvisada y alegre de Gustavo Doré.

Pero un día de 1887... La jornada del gran homenaje nacional que Francia tributó a Victor Hugo, tuvo a Urrabieta totalmente emocionado, en vibrante inquietud de trabajo, tomando apuntes del extraordinario acontecimiento para su información gráfica en «Le Monde Illustre». De madrugada se puso a trabajar. Rendido, se acostó y durmió unas horas. Al despertar notó que su gran máquina humana se paralizaba... Había sentido los zarpazos de una hemiplejía que le paralizaba medio cuerpo, le hacía perder el habla, la memoria y el movimiento de su mano derecha.

¿Qué iba a pasar?... ¿La muerte lenta?... ¿El eclipse de una fama?....

CONTINUARA.

Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)


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