lunes, 6 de agosto de 2007

De Remamahuevos, Mancias y Falacias


Me ilustro en Exapamicron sobre el significado de Belomancia: especie de "arte adivinatoria" fundamentada en la observación de la trayectoria del vuelo y caída de las flechas; siendo condición para que el aurispice se pronuncie con fidelidad que estas sean impulsadas mediante arcos.

Aun a desgana, encuentro curiosas estas supersticiones adivinatorias que, basadas tanto en los elementos como en cuerpos terrestres u cualquier otra mandanga, mediante ritos exclusivos para cada una de ellas, podían, mediante el experto escrutinio de su correspondiente interprete, determinar diversas señales o signos capaces de revelar el futuro. Y es esa maldita curiosidad es la que me impele a meter la cuchara en plato ajeno. Sea.

¿Saben ustedes donde se encuentra la gran nebulosa Andrómeda?. Pues paseantes de los mingitorios públicos del mismo barrio deben de andar, como gato extraviado en barricada, los conocimientos que guardo sobre disciplina tan chinchosa y necia como extravagante. Valor. Una disculpa y la vindicación de mi profunda ignorancia.

Todo esta en los libros, empero; así que me desencamo a canto de gallos, tomo la escalera del desván, desgarro la oscuridad, pateo a una mano de insurrectos que por arte de encantamiento han mudado a la facha de objetos inservibles, toso un poco a causa de la polvareda que la trifulca levantó, abro una claraboya y me doy a la tarea de leer rótulos y desprecintar cajas. No tardo demasiado en dar con lo que busco. El libro[1] mismo, cual gozquecillo desatendido, muérdeme amoroso y leve, ansioso de mi consideración. Luego vino lo que veis: pulir, aderezar, trocar y copiar.

Venga, a disfrutar de esta pieza de exquisita ingenuidad.




A principios del siglo pasado[2] se conocían más de ochenta «artes adivinatorias», pero es de suponer que, a medida que han adelantado los tiempos y la civilización, haya aumentado también el número de aquéllas. Cuando menos, sabemos de una novísima que parece esta dando de codillo a las demás. Nacida, naturalmente, en París, podríamos llamarla, aunque de una manera provisional, claro esta, Pelvimancía, pues consiste, nada menos, que en la interpretación del temperamento y carácter del hombre según la estructura de la pelvis y la forma de las caderas. Sostiene el «pelvimántico» que, según la proporción cuantitativa de las distintas sales de calcio que figuran en la composición de los huesos, y teniendo en cuenta la estructura de la pelvis y la disposición de las articulaciones de las caderas, el individuo tendrá un determinado «aire» en su paso y que su temperamento será sosegado o impulsivo, su inteligencia brillante u obscura y así sucesivamente. Dada la forma exterior de la pelvis, los individuos podrán dividirse en tres clases: carbónicos, fosfóricos y fluóricos. En el primer caso las articulaciones de las caderas son sólidas y la cabeza del fémur llena totalmente la cavidad que le corresponde; en consecuencia, los músculos glúteos están muy desarrollados, lo que es motivo de que el individuo sea tardo, lento, torpe y pesado en el andar; sus reflexiones, por lo tanto, serán más profundas, más precisas y demostrarán cierta autoridad en la resolución de problemas trascendentales; «este tipo de individuo, sea hombre o mujer, no cede ante nada» Los fosfóricos tienen las caderas finas y flexibles, y, en consecuencia, serán fácil presa de enfermedades, pero en cambio, serán hombres brillantes, de concepción rápida, exaltados y poco afectivos. Las articulaciones de los fluóricos son hiperflexibles, lo que les impide permanecer de pie largo rato; en consecuencia, serán individuos de temperamento vacilante, grandes artistas, magníficos bailarines, maravillosos amantes, pero tendrán siempre reacciones imprevistas. Esta es, a grandes rasgos, la última «mancia», aunque más o menos científica -no olvides que lee en las líneas de la radiografía - de que tenemos noticia.

Difícil es, naturalmente, determinar cuál, de todas las «mancias» conocidas, es la más importante; pero, cuando menos, sabemos, eso si, cuáles son las más populares. A estas últimas pertenecen la Quiromancia, o adivinación por las rayas de la mano; la Cartomancia, o adivinación por los naipes, y la Brizomancía, Oniromancía, Oneiromancía o Somnomancía, o adivinación por los sueños, terreno éste que, desde Freud, se halla en manos de psiquiatras.

Sin embargo, no es justo que prescindamos de otras «mancías» que en épocas menos científicas que ésta, tuvieron su prestigio e importancia. Así, pues, a título de curiosidad, citaremos algunas de cierto interés.

La Geomancía, o adivinación por la tierra, se llamaba así «porque los que la usan escriben en la tierra o en papel o en otro cuerpo terreno unos puntos y líneas a deshora, sin contarlos, y desque han hecho una plana de ellos, míranlos y cuentan, y por allí se adivina lo que ha de ser».

La Hidromancía, o adivinación por el agua la «usan los adivinos derritiendo plomo o cera o pez sobre un vaso lleno de agua y, por las figuras que allí se forman, se adivina lo que ha de ser»

La Aeromancía, o adivinación por las señales del aire, se basa en que «los vanos hombres paran mientes a los sonidos que se hacen en el aire cuando menea las arboledas del campo o cuando entra por los resquicios de las casas, puertas y ventanas, y porque allí adivinan las cosas secretas que han de venir».

La Piromancía, o adivinación por el fuego, se basaba en la disposición y color de las llamas y en el carácter de los chasquidos de los cuerpos que las producían. En cierto modo derívase de ella la Dafnomancía, o adivinación por el laurel, con cuyas ramas se coronaban los adivinos. Practicábase de dos maneras. La primera consistía en echar al fuego una rama seca de esta planta y por el chisporroteo, el centelleo y el humo que se producían durante la quema, se obtenían los presagios. Estos eran inciertos cuando la rama se consumía sin producir ningún ruido, pero se vaticinaba con toda certidumbre cuando chisporroteaba con gran ruido, las chispas eran abundantes y se obtenía una finísima humareda, lo cual, todo, era señal de buen augurio. La otra manera consistía en lo siguiente: el dafnomántico pasaba a ser dafnéfago; es decir, mascaba unas hojas tiernas de laurel, cerraba los ojos y empezaba el trabajo de concentración mental. Luego comunicaba el augurio.

La Espatulomancía, que también tenía que ver con el fuego, consistía en adivinar «por los huesos de las espaldas de los animales muertos, que los ponen cabe el fuego un rato hasta que la calor del fuego los hace saltar o henderse por algún cabo, y miran por dónde se quiebra el hueso de la espalda y por allí adivinan».

La Coscinomancía fue muy popular en España hace tres o cuatro siglos, pero era más conocida por «andar el cedazo» o «adivinar por la tela de cedazo». «Es ejercicio de arte mágica, cuando el demonio hace que los profesores de esta diabólica ciencia, mirando por un cedazo, vean las cosas que están muy distantes, ocultas o por venir». En una causa que celebró la Inquisición en Toledo contra una tal Ana Hernández, una testigo, llamada María López, vecina de Malagón, manifestó que la tal Ana le pidió un cedazo y unas tijeras, y preguntándole para qué los quería, dijo que tenía un mozo en Almagro, y deseaba saber si la esperaba o si había de venir, «y tomó las tijeras y las hincó en el arco del cedazo la punta, asiendo en la mano el anillo de la misma punta de la tijera, y la otra tijera puesta en cruz, colgando el cedazo de ellas, y diciendo unas palabras que esta declarante no entendió, anduvo el cedazo muy recio a la redonda, y le dijo a la susodicha: «Yo me voy mañana, que me esperan», y cuando no era así lo que quería, se estaba quedo el cedazo». En otros casos se substituía el cedazo por un zapato de la consultante.

También fue por aquel entonces popular en España el llamado «Arte de echar las habas». Según una tal Antonia Mexía[3], llamada a declarar ante el tribunal del Santo Oficio, unas gitanas le enseñaron este sortilegio; para ello bastaba que «tomase nueve habas, un poco de carbón, un grano de sal, un poco de cera, un ochavo, un poco de piedra alumbre, un poco de azufre, un poco de pan, un poco de paño colorado, un poco de paño azul, y que las dos de las habas las señalase mordiéndolas, o las más que quisiese, diciendo este es Juan (su marido), este es Francisco (a saber quién sería este Francisco), y esta es Catalina (¿la mujer de Francisco?), y que si saliese la mordida, que es la persona que se quiere, junto al carbón, significa noche; si junto a la sal, gusto; junto a la cera, martelo, que quiere decir golpe, porrazo o cosa semejante; junto al ochavo, que habrá dinero; junto a la piedra alumbre, con lo colorado, sangre; y junto a lo azul, celos; y junto al azufre, si sale con la sal, oro, y si sale solo, pesadumbre; junto al pan, que habrá comida».

Con la Aritnomancía, o adivinación por los números, y la Onomancía, o adivinación por los nombres, mezcladas con cierta pequeña dosis de Astrología, se componía la famosa Rueda de Veda, «arcano de grande estimación entre los que le ignoran». Según el P. Feijóo, consistía en lo siguiente: «Descríbese en tabla o papel un círculo o rueda que tiene como un palmo de diámetro, y en el círculo se inscribe una cruz en cuyos cuatro brazos se ponen unos números, en cada uno siete, y distintos en cada uno, comprendiendo entre todos desde la unidad hasta el número 28 inclusive. Donde terminan los cuatro brazos se reparten estas cuatro inscripciones: Mors major, mors minor, vita major, vita minor. Usase de esa rueda para averiguar si el que está enfermo vivirá o morirá; si el que sale a desafío vencerá o será vencido; cuál de los pretendientes de algún puesto lo llevará, y otras cosas semejantes en que es condición precisa saber el día en que se ha de conferir el puesto o se ha de reñir el desafío o el doliente cayó enfermo. El uso es de este modo: Mírase el valor numérico de las letras de que consta el nombre del sujeto cuya fortuna se examina, según el alfabeto griego (hablo del alfabeto numeral) en que a cada letra voluntariamente se le atribuyó el valor de cierto número, creciendo el número, según la progresión del alfabeto, así: la A vale 1; la B, 2; la G, que en el alfabeto griego es la tercera letra, aunque en el latino séptima, vale 3. De este modo la I o Jota, que es la décima, van creciendo en unidad; desde la J hasta la S se aumentan por decenarios, y desde la S hasta acabar, por centenarios. Súmanse, pues, los números correspondientes a todas las letras del nombre; hecho esto, se atiende qué día del mes lunar es aquel en que vino la enfermedad o se ha de proveer el puesto o reñir el desafío, y el número de los días del mes lunar, que corren hasta aquel tiempo, se agrega a los números del nombre. La suma total que resulta se parte por 28, y aquel número residuo, que, hecha la partición, queda sin dividirse, por ser menor que el partidor 28, se va a ver en qué brazo de la cruz se halla, y según la inscripción correspondiente a aquel brazo, se pronuncia del mal o buen suceso».

La Hipomancía es de origen céltico y consistía en la adivinación por los relinchos y movimientos del caballo. La Eteromancía fundamentaba su arte en el vuelo y canto de las aves; la Meteoromancía, en los fenómenos meteóricos, y la Onicomancía basaba la adivinación por medio del examen de los trazos que quedaban señalados en las uñas que habían sido untadas previamente con aceite y hollín.

La Genatliomancía profetizaba el porvenir, guiándose por el nacimiento, lo que la relacionaba con la Astrología. Dependientes también del mismo individuo, existían la Metopomancía, o adivinación por las líneas del rostro; la Glosomancía, o adivinación por inspección de la lengua, y la Uromancía , por inspección de la orina.

La Alomancía adivinaba por la sal, y la Lacomancía por dados, según cómo se jugaban. La Cromminomancía era un arte adivinatoria para la cual se utilizaban las cebollas y era muy común entre las doncellas para saber quiénes habían de ser sus maridos; con este objeto se escribían en las cebollas elegidas los distintos nombres de los pretendientes, uno para cada cebolla. Algo semejante era la Sicomancía, o adivinación por hojas de higuera. La pregunta se escribía sobre una hoja y, según el tiempo que tardaba en secarse, se obtenía el vaticinio.

La Apantomancía es quizá, hoy en día, la más frecuente de todas, y la practican, aun sin saberlo, muchas personas. Consiste en la adivinación por las cosas que se encuentran casualmente. Según éstas se deducen los buenos o malos agüeros, como el del gato negro, pasar por debajo de un andamio, etc.

La Rabdomancia, o adivinación por medio de una varita mágica, es la que practican los zahoríes. La varita de los rabdomantes se hace de avellano silvestre, cortando una rama a la salida del sol, cualquier día del mes de junio, si es posible cuando haya luna llena. Ha de ser una rama ahorquillada de casi medio metro de longitud, del grueso de un dedo y que no tenga más de un año. Se toma por los extremos, uno en cada mano, sin apretar, de modo que el dorso quede hacia el suelo y que el vértice de la varita mire hacia adelante. En esta posición se camina lentamente por los parajes donde se supone que hay agua, metales o dinero escondido. También puede llevarse en equilibrio sobre el dorso de la mano y andar lentamente; al pasar por encima de un manantial empezará a dar vueltas.

Una de las magias más antiguas fue la Aruspicina, que consistía en adivinar examinando las entrañas de los animales.



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Y ahora una última addenda por dar golletazo a esta fanfarria cuya importancia, a más de la meramente antropológica consiste, a mi juicio, en su latente interés iconográfico. Lo reconozco, figuras de aparatosa belleza y espectacularidad no faltan en el engrudo, acaso, digo yo, porque su endémica improbabilidad vino a ocupar el cacumen de de todo ilustrador fantasioso con gusto por las metáforas, hipérboles y perífrasis. Lo demás guano excretado por mentes de toda razón desviadas, pan de ignorantes, sacramento de mezquindad y ridículo. Engaño. Pero engaño que, cójase la prensa y véase la actualidad de la pamema en los días que corren, no necesita de variaciones, recensiones o puestas al día, puesto que por obra de la ineptitud siempre esta a la ultima. Un engaño que, ¡dita sea!, convierte a personas inteligentes en simples remamahuevos. Sonroja pensar que visionarios de pacotilla sustenten, mediante consideraciones huidas de toda lógica, una probada superioridad psicológica sobre algunos de sus semejantes. Y callo porque algo que no me gusta esta germinando en mi mente... Puto Futuro.



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NOTAS:

# 1.- Esto es España. Vida, Arte y costumbres. «BRUJERIAS», por Fernando Gutiérrez.- Librería Editorial ARGOS, S.A., Barcelona - Buenos Aires.- 1ª edición: Diciembre 1949.

# 2.- Siglo XIX, claro.

# 3.- En este momento no puedo dar noticias mas extensas de los procesos citados. Existen en mi documentacion, claro que si, pero lo hacen en un frances plagado de abreviaturas que me resultan irreconocibles. Ademas la fuente, un facsimil, no guarda la legibilidad necesaria para la aventura.



Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)


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