sábado, 24 de mayo de 2008

Pensando a Dirac desde el "Barrio de los Oficios" (II)

Llegué leguas caminadas
por dar descanso a mis plantas
al lugar de menos santas
y de más canonizadas.

Versos del conde de Villamediana a propósito del ardor venéreo con el que las mujeres de Sigüenza acometían a los canónigos del lugar. Hijo de uno de estos, sochantre de la catedral, fue el jerónimo P. Sigüenza, a mi entender el más depurado estilista de la lengua española.


Pimentón. He de comprar pimentón para sacramentar a un congrio con patatas como Dios manda. Somos en casa en esto de los fogones manieristas y pródigos, poco o nada liberales, dados sin excepción a la veracidad de las recetas probadas. He de mercar, ya digo, medio kilo -a granel- de ese noble carburante rojo al que aquí decimos de "Aldeanueva". Es el congrio o Conger conger de Linneo una especie de anguila de mar inútil como animal de compañía. A Herr Monty le gusta un pedazo de congrio desespinado tanto como a mi... O más, vayan ustedes a saber que método gastan los señores gatos para evaluar los sabores. Es el teleósteo cabrón del suborden de los fisóstomos, con el cuerpo gris obscuro, casi cilíndrico y alargado, las aletas dorsal y anal las lleva festoneadas de negro; no tiene escamas y carece de aletas pélvicas. En los libros de cuentas incluidos en los registros de Tesorería del Real Patrimonio del Archivo de la Corona de Aragón, probado está que el congrio era habitual en la mesa de Alfonso V y doña María de Luna, representando su consumo -acaso- un signo del estatus y refinamiento de su cocina. En «La alimentación de la monarquía catalano-aragonesa...», dice al respecto Icíar Alonso Díaz de Alda: «Podemos establecer un peso “estandard”, situado entre 6 y 8 dineros la libra de pescado. Otros alcanzan hasta 14 dineros por libra, como el atún o incluso los 2 sólidos que paga Alfonso V por el congrio».



Pero el príncipe entre los congrios, "conger pot-pourri bretonante", según aquellas cartas de hermosa letra gótica que imprimiera Stephan Planck en Roma, era aquel que los días prescritos en el calendario litúrgico como de pescado, servíase en "La Ventana de Espuma", mesón armóricano a mano de nubes alzado en un peñascal sobre el que rompía bravía la mar océana. Carne blanquisima, gloriosa y firme como teta de novicia la de aquel singular pez. Natural, puesto que documentado está que los señores miembros del sindico de mesoneros de la bahia, encargaban hundir barcos, entre los roquedales, para que sirvieran al pez de criadero. Recomendome figón y plato, que allí se ilustra con finas-hierbas, guisantes de olor, patatas lucenses y huevos de avecillas canoras, doña Iseo, viniendo con don Tristán a baños a esta ciudad.

- ¡Tate! ¿Es esta señora Iseo aquella monjita exclaustrada que cogía puntos de medias en la plaza de la Árnica, frente al cepo del corregimiento...?

- No señora... Espante a esos moscones que lleva el crío en los mocos y ponga oídos al cuento.

- No tenga cuidado..., los bichos con alas le entretienen. Más si son d'estos, de colores.

Y aquí relate a doña Teódula, sin demasiadas señales, parte de lo que con ocasión de la egregia visita, párvulo en letras, escribí como recordatorio en su día. Dije así:

- Y fue que con San Martín a puertas vino a baños monsieur Tristán..., con doña Iseo. Él, hijo de rey; legitima esposa de su tío ella. Harto de andar a baños el señor príncipe llegó, pues corría la voz de que los tenia probados todos, hasta los hediondos aquellos tan salutiferos de Bourbón-l'Archambault, en los que curó el tío Calandria de aquel paquete que le dejara de balde la signora Bubba Rasini, cuando se estrenó acá, en el Orfeón Viejo y por carnestolendas, "La picara y Sir Gallahad". Pretendía su señoría remedio para las secuelas de una cadrilada que llevó durante aquel singular combate en el que acochinó al señor Urgán Velludo . Viajaba en litera, sumergido hasta la cintura en un barreño con agua tibia -salada- y esencia de romero. Su caballo, Passebrevil, iba detrás, de la mano de uno de librea imponente de aspecto, conciso de gestos, mongol de nación. Marchaba el noble bruto, digo, enjaezado como para tamborrada, con la rica gualdrapa de respeto preceptiva en Cornualles para embajadas.

- ¿Llevaba la Señora corte de juglares y damas?

- No señora. Venia en un palanquín descubierto, grande la encintada pamela criolla... por preservar su cutis de lirio del sol del membrillo. Y a un gesto de su mano en hilo encajada, una enana que a su vera cabalgaba un poni, asperjabala con agua perfumada.

- ¿Hubo zambra? ¿Se celebró la llegada?

- Así se lo ordenó su serenisima, pariente por la rama de don Olinos "Timonel" del infante viajero, a los asustadizos desgarramantas del Concejo y Cabildo. Llamose entonces a fray Homero Beckford, maestro de arcos triunfales de la casa reinante, quien llegó desde Aquisgrán con cumplida cuadrilla de alegres legos haldeadores y dos lebreles zamoranos, pues no se privaba su parernidad de correr a la esquiva liebre si la ocasión pintaba : Inter aves turdus, si quid, me judice, certet; inter quadrupedes, gloria prima lepus, que decía mi pariente Marcial. Y en un visto y no visto levantaron a esta mano del río, sobre el puente de los Siete Ojos Puntiagudos, un arco como no ha sido visto otro... por lo hermoso y galano. Llevaba enramadas, emblemas, cartelones salutatorios y hasta, pásmese usted, cuatro autómatas a resorte -vestidos a la moda parisién - que tarareaban, bien conjuntados y afinada su voz de caña, melodías de moda: O Sole Mío, Jeu de Robin et de Marion, Suspiros de España, Madelon, Der Templer und die Jüdin, La Cucaracha, Lili Marleen, Cambalache...

- Alguna se la tengo oída al ciego Olmos, el que tañe en la Plaza de la Lana.

- No interrumpa que se me va el oremus, y con él la cordura de la lengua... ¿Qué iba a decir? Si, claro... Lo que distinguía a este arco de todos los con anterioridad construidos era un huevo de barro horneado, forrado con una de esas telas a las que dicen de Jouy, sobre la que se representaban, con fina labor de aguja, minutisimas e imponentes escenas guerreras. Mulligan, Alférez de Bandera de los Cabalgadores de la Frontera, dijo que por ciertos motivos repetidos que se daban, entendía se trataba de una alegoría de la muerte, con las armas en la mano, de L. Catilina: «Nobili genere natus, fuit magna vi et animi et corporis, sed ingenio malo pravoque. Huic ab adolescentia bella intestina, caedes, rapinae, discordia civilis, grata fuere. Ibique juventutem suam exercuit»... Colgaba la figulina maravilla aovada de la ojiva aflamencada que hacia las veces de pináculo del arco; hueca y del tamaño de una canasta forrajera, abría y cerrabase a voluntad mediante un juego de bisagras colocadas poco mas arriba de la mitad de su altura. Dentro iría Serenin el Despernao, con sombrero de Poitou, anteojos ahumados y levita burdeos con orlas doradas y bocamangas galoneadas; llevaría una bocina en una mano y una carraca de Gascuña en la otra; esta la agitaría contundente y marcial inmediatamente despues de simular romper el cascaron y salir del huevo, cuando a toque de pífano y timbal se le advirtiera de que las señorías estaban ya al oído; aquella la utilizaría para clamar, alto y claro: ¡Viva Tristán el Insigne! ¡Viva Iseo la Bella! ¡Viva él, viva ella! ¡Salud, Flor de Leonis! ¡Salud, Garza Rubiales!.

- Muy de entretener es esto que vuestra merced predica; figurese que me trae a las mientes... a esos "pasos" que por fiestas traen en cartel los cómicos. Servidora por el que mas gusto tiene es por el del "Caballo de Troya y doña Helena"... Pero gustaría me diera mayor razón sobre los figurantes que salen, y de como fue que la dama Iseo le soplara al oído el fundamento de sus golosinas de puchero.

- Otro día, acaso, siga el cuento. Ahora están al caer las diez y he de ir a tomar mi lección de danza.

- ¿Baila usted el paspiés, don Gaiferos?

- Ni el passe pied ni nada, señora mía. Me preparo para saber componer la figura con garbo y salir airoso en un cuadro que el señor Toulouse-Latrec está pintando. Venga, tome estos sueldos jaqueses, lléguese al mercero de la Escalerilla y pida le sirva, para el mocoso, unos pañolones como los que los predicadores gerundianos llevan en la manga. ¡Con Dios, señora!.

Ya lo ven ustedes, una pizca de pimentón en la punta de la lengua y heme aquí dando traspiés con el bolo colgando, enfangado en ejercicios dialécticos de carácter arcaizante que únicamente prueban mi relativa habilidad para huir de la pereza intelectual sin apenas esfuerzo. Que le vamos a hacer, de momento y dadas las circunstancias es lo que hay. Sumo y sigo...

Hagan ustedes cuenta, si gustan, de que me encuentro dando traspiés por lo constituye el cogollo de la bimilenaria ciudad, en algún lugar temporal y espacialmente dislocado de lo que he dado en llamar, no sin razones de peso, "Barrio de los Oficios". Acabo de echar una meada, lenitiva e inabarcable, en el lugar que para tal menester esconde el tabuco de un hospitalario zapatero; cargo con una bolsa de libros que por lo pesada cansa y lastima, y, como camino herido por fuego en la planta del pie, más que andar anadeo. En vez de aplicarme una pomada de inenarrables propiedades, quizá hubiera de haber hecho uso del consejo que en el "cuaderno de tapas de abedul de mi bisabuela" viene para el caso: «Linimento óleo calcáreo, o sea una mezcla en partes iguales de aceite de almendras dulces y agua de cal». Una nota datada en febrero de1955 añade: «Para las quemaduras superficiales, aplicar compresas mojadas en vinagre o en una solución de bicarbonato sódico o sal común. Cualquier grasa protectora, como vaselina o pomada de (ilegible), es útil; pero es mejor no utilizar pomadas si se piensa poner la quemadura bajo observación médica».

Brotó de un día para otro -como hongo maligno- en medio de la calle; es del color de la hierba mojada y remata en una cúpula en forma de cebolla, dorado; el cerramiento es negro, plegable y con remates plateados... No es la primera vez que cargo contra la falta de gusto que abunda a la hora de plantar eso que los modernos vienen a llamar mobiliario urbano, ni según marchan los gustos será la ultima. Y sin acritud sostengo que esta nueva pieza que se nos ha dado es tan procedente como un canguro cornudo en un belén, aunque al fin y a la postre no este en mi animo volcar en ella una critica severa, puesto que la fisonomía entera del "habitáculo" complace, a lo grande, a una de mis innumerables juventudes doradas, picaras, de media letra, blogocosicas, sin otros cuidados que un techo sobre la cabeza y la panza llena. Me conduce, digo, a aquellos despreocupados años que pase, chifla que te chifla y vuelve a chiflar, en el Imperio Romano de Oriente, catando vías, veredas y caminos con mi rueda de afilar. Me recuerda la blasfemia urbanística municipal, digo, a la jaula desde la que don Jericho Zerolo de Montova, castrato y maricón, cantaba en los jardines del castillo de Hereia para la corte bizantina: "El purpurado con lirios tocado", su vulpina esposa, nobilissimi, fiorentissimi, clarissimi, eminentissmi, obispos y ermitaños, príncipes de la retórica, cónsules de la filosofía, abogados, notarios, médicos, jefes de hospitales, directores de orfanatos, lenones y yo, servidor que vaciaba sus navajas de acero toledano y mango florentino y que por "imponderables" de los tiempos ha de dejar, hasta mejor ocasión, esta narración.

LO SIENTO

CONTINUARA.


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